Eran las nueve de la noche y permanecía sentado en el muro de la casa de la esquina, en el pasaje de Conococha cuando choca con Belisario Flores, aún iluminado con los faroles de la esquina, las luces de algún auto que recordase esa calle y de la panadería de los chinos, La Flor de Lince. Sentado, intentando acumular valor y si pudiese, algo de soberbia. Mis 'patas' se habían ido a merendar, estábamos de vacaciones y de seguro saldrían más tarde... ¡Pero yo no! inmutable permanecía sentado en el frío cemento que en ese momento pareciese haberse convertido en mi refugio, en mi albergue, en mi lugar seguro. Por fin, atiné a desprenderme del concreto, dando un par de pasos adelante y uno atrás; el miedo siempre, como un virus, me envenenaba dejando síntomas de ansiedad y sudor. Podría abandonar esta vía crucis y estar en el calor de mi casa viendo algún programa de televisión con alguna sonrisa cincelada en mis labios descartando cualquier indicio masoquista, tanto como otras veces, pero no, llegaba a la esquina con el firme propósito de cruzar esa pista que cada vez se hacía más grande y que más de una vez me había visto dar media vuelta y regresar vencido a mi habitación para refugiarme a oscuras, escapando a ojos cerrados al síncopa de Yes o Journey. No tenía prisa, creo esperaba se hiciese más tarde para no tener que confesarme una renuncia reciclada, intentando convencerme de que hice lo posible. Por fin, llegué a la esquina y me quedé observando, llevaba ese vestido con un suave color verde que tanto me gustaba, uno de aquellos con los que acostumbraba pasar por Belisario justo cuando yo estaba sentado en mi refugio, aquel muro color cemento en el que me sentía tan seguro a lado de mis camaradas, en donde, con valor de plástico, acostumbraba piropearla junto a su amiga, para observar luego una coqueta sonrisa de complicidad en su delicado rostro.
-- ¡Hola! --