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jueves, 5 de agosto de 2010

Siempre a tu lado Hachi




Nada provocaba esperar algo bueno de un film alrededor de un emotivo hecho real ocurrido en el Japón de los años 20 sobre la lealtad de un can de raza Akita hacia su amo. Era presumiblemente, un melodrama sin fondo con el único objetivo de desencadenar una avalancha de lágrimas, pañuelo en mano, de aquellos que tienen a alguien de 4 patas esperándolo en casa. Sin embargo, la delicada y excelente estética, emotiva y perfecta estructura de Hachi: A Dog´s Tale, o simplemente Siempre a tu lado como se tituló en castellano, hacen de ella una producción muy bien lograda y poética. El sueco Lasse Halström, ya se había hecho algo conocido a través de un muy duro relato de iniciación infantil titulado Mi vida como un perro, que pese al título, tiene muy poco que ver con esta historia...

Hachikōm
Hachikōm que en japonés significa Ocho (8), era un perro de raza Akita nacido el 11 de octubre de 1923 en la ciudad de Odate, prefectura de Akita, en Japón. En 1924 fue trasladado a Tokio por su amo, Eisaburō Ueno, un profesor del departamento de agricultura de la Universidad de Tokio, desde la Prefectura de Akita hasta la estación de Shibuya, viajando durante dos días en tren. Su nombre se debió a que cuando su dueño, el profesor lo recogió, notó que sus piernas delanteras estaban levemente desviadas debido a que su viaje lo hizo en una pequeña caja; por lo mismo le puso ese nombre debido  a la similitud con el Kanji (letra japonesa) que sirve para representar al número ocho. El perro tenía la tierna costumbre de despedirlo todos los días desde la puerta principal cuando Ueno iba al trabajo, y le saludaba al final del día en la cercana estación de Shibuya, a su regreso. Años más tarde, tras la muerte de Ueno en mayo de 1925, Hachikō volvió cada día a la estación a esperarle, y lo hizo durante los diez años que transcurrieron hasta su propia muerte. Este acto de conmovedora lealtad rápidamente tuvo un fuerte impacto entre los pobladores de Shibuya, tanto que se transformó en un ícono, una leyenda, en un héroe: la figura más amada del pueblo. Fue enterrado con todos los honores junto a la tumba del profesor por la gente que tanto lo había cuidado durante su larga y solitaria vigilia en espera de la vuelta de su amo fallecido y en abril de 1934, una estatua de bronce fue erigida en su honor en la estación de Shibuya..




El 8 de abril de cada año se le sigue rindiendo homenaje en Shibuya.

En 1987 el director Seijirô Kôyama, con la actuación de Tatsuya Nakadai, Masumi Harukawa, Hisashi Igawa y Saburo Ishikura llevó a la pantalla esta inusual anécdota titulada Hachikō monogatari escrita por Kaneto Shindô, para que más tarde, Halström la dirigiera con la adaptación de Stephen P. Lindsey y las actuaciones de Richard Gere y Joan Allen.

Halström ha demostrado sobradamente, a veces con mayor o menor acierto, su capacidad para tocar la fibra sensible del espectador, moviéndose cómodamente a través de emociones dramáticas y afectivas, de manera reflexiva, más no sentimentaloide o telenovelezca (llorona), siempre al borde de situaciones extremas. Cabe mencionar, que a diferencia de la versión original (la japonesa), el trasfondo histórico y cultural es explicado impecablemente, ya que, por lo mismo que Hachikō monogatari está destinada al público japonés, se entiende que las mencionadas explicaciones acerca de los perros Akita y su importancia para el pueblo nipón, no tienen mayor relevancia para su público que conoce plenamente dicho contexto.




El director juega con los movimientos de cámara, consiguiendo con planos simples y clásicos el roce de Hachi con la afectividad del film, a través de los ojos del can; tratando todo aquello que nos hace humanos a través de él, en un ambiente cotidiano y simple, en blanco y negro. El ritmo es pausado y halla en él, su reflexión acerca de la relación de las personas con los animales y los lazos que se crean entre ellos, así como de su importancia en el desarrollo de cada individuo como ser humano vinculado con su realidad y su entorno natural.









Sobrecogedora y delicada, cinta impresionante, arrebatadora y afectiva, que emociona en lo más profundo y que nos revela cuantas veces un pequeño animal puede tener más valores humanos que el humano.





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