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viernes, 6 de junio de 2008

¿Una firmita por favor?


En todo grupo social, siempre hay personas que cumplen cierta función dentro de esta, sabiéndolo y muchas veces sin saberlo, como resultado de la adaptación del ser humano a su entorno social: el líder, el brazo derecho, el punto..., etc. Hay, entre los que están reunidos por un fin común, aquellos cuyo dominio acerca de determinado tema es notoriamente obvio; hay quienes, en cambio, a pesar de sus conocimientos, buscan siempre el perfil bajo; y hay, por sobretodo, quienes buscan ser protagonistas sin tener ni el talento ni el conocimiento para serlo.

Habían estado reunidos un grupo de sindicalistas, representantes y campesinos, 
allá por el año 1980, con algunos congresistas de la época en el patio de la entrada al Congreso de la República, compartiendo argumentos, ideas, -...en fin, siempre hay algo para conversar entre quienes viven y comen política-. Todo esto, mientras esperaban la salida de, entre otros, Javier Diez Canseco, uno de los líderes del sector izquierda en el país. 

Hugo Blanco, diputado por el PRT, con su peculiar apariencia de agricultor mal vestido, se hallaba rodeado, como toda personalidad política, de simpatizantes y campesinos. En otro grupo, algunos sindicalistas del Seguro Social se hallaban conversando. Uno de ellos, el dr. Zelada, se jactaba de haber comprado un libro de Iosif Stalin, uno de los personajes más destacados dentro de la historia de la ex unión de repúblicas socialistas soviéticas. El "negro" García junto a Montoya, entre sonrisas sibilinas, le incitaron al doctor a aprovechar la presencia de aquel al que calificaba como uno de los personajes más reconocidos de la política peruana, para extraerle una rúbrica que estallara de orgullo en su pecho.

Zelada, emocionado por la propuesta de García y Montoya, cruzó el patio lentamente hacia Blanco, entre pasos temerosos  y emocionados, ilusionado por la esperada impresión sobre su libro.

"¡Compañero!", fue la primera palabra que soltó, consiguiendo una sonrisa de camaradería como respuesta, "¿Me firma mi libro?", preguntó. "Por supuesto compañero", se llegó a oír algo quedo desde donde el grupo de amigos esperaban impacientes por ver la reacción de Blanco ante tamaño pedido. De pronto, el Congresista -conocido seguidor de León Davidovich Bronstein, político judío más conocido como Trotsky-, al levantar el libro y leer la tapa, quedó por unos instantes inmóvil, sus ojos parecieron crecer a tal punto que podrían reventar  en cualquier momento, y por unos interminables segundos no pudo expresar palabra. Levantó la vista hacia Zelada con esas miradas que como un sable envenenado se clavan en tu rostro, y con un indignante "NO", terminó con las esperanzas de su admirador. Pudieron apreciar, además, que de la boca del congresista, mientras bajaba la vista y sus ojos se desorbitaban, un pequeño balbuceo conteniendo la visceral reacción se confundía con pequeños gruñidos hasta que un último "NO" se desprendió de él mientras devolvía iracundo el libro. 

Zelada, se quedó quieto, sorprendido de su reacción sin tener la menor idea del motivo.

La amabilidad inicial de Blanco había muerto, se extinguió sin dejar el menor rastro. Se volteó y dándole la espalda al doctor, lo ignoró olímpicamente ante las inaguantables y cubiertas carcajadas de García y Montoya.





Para quienes no saben, Stalin persiguió a Trosky por mucho tiempo, y es muy probable, tal y como se especula, que haya sido el autor de su asesinato en México.

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